Hambre.
Se atenaza en tu interior, un cuchillo que raja tu esternón desde tu mismo centro.
Se atenaza en tu interior, un cuchillo que raja tu esternón desde tu mismo centro.
La empujas a que te atraviese, que trascienda de ti expandiéndose como una bola de gas caliente.
Y entonces, dejas de tener hambre, y el hambre te tiene a ti.
Sientes cómo te consume lentamente, diluyéndote como humo bajo el sol.
Abrazas tu carne y el asco te sacude.
No es suficiente.
No es suficiente. No es suficiente.
NO ES SUFICIENTE.
Te comes la ira de no haber liberado todavía a tu esqueleto, y te adornas la garganta de ansiedad para que las miradas se dirijan solamente a tu sonrisa.
Levantas la mirada y, a las pupilas vidriosas del espejo, preguntas:
"¿Me querrás, cuando sea todo piel y huesos?"
No hay comentarios:
Publicar un comentario